Te amo como me amo

Amarás al prójimo como a ti mismo.

Hemos crecido con este “mandamiento” en nuestra conciencia, inculcado desde nuestra infancia por nuestras familias, la iglesia y la escuela. Y seguramente nos han enseñado que este es un mandato para poder acceder al reino de los cielos. ¿Cuántos de nosotros hemos hecho hincapié en la parte amar a tu prójimo” obviando el centro de la frase – como a ti mismo-?

Más que un mandato, una condición, Jesús nos brinda una proporción, una medida, una relación directa: Soy capaz de amarte en proporción a lo que me amo.

El amor es una central energética poderosísima que todos tenemos en nuestro interior. Cuando nos sentimos desde ella, somos capaces de aceptarnos tal y como somos; de nutrirnos y de darnos genuinamente lo que necesitamos. Cuando nos abrimos a el calor, la energía, e incluso la intensidad de esa central, nos sentimos respaldados, apoyados, confiados, seguros, apacibles, entregados, sin que las circunstancias externas nos determinen. A su vez, experimentamos generosidad, paz, belleza, bondad, verdad, empatía, solidaridad, aceptación, hacia nosotros y hacia todo lo que nos rodea.

Cuando nos descentramos de esa poderosa fuente, empezamos a buscar afuera lo que no nos brindamos dentro: si me juzgo, no me siento capaz o válida, busco el reconocimiento, la valía y el amor fuera, y empiezo a realizar acciones encaminadas a garantizarme aquello que me falta. Así, voy haciendo del amor una moneda que se intercambia por seguridad, o peor, por un ideal de felicidad estereotipado. “Obras son amores y no grandes razones” nos dicen, porque aprendemos que lo que cuenta es lo que los demás hacen o dejan de hacer por nosotros y lo que hacemos o no por ellos. Desde esta forma de amar economicista, te necesito para que me completes, para que me reflejes una valía que no siento en mí. Y sufrimos por el amor de los demás o su ausencia.

Cuanto más alienados estamos en esta estrategia compensatoria, más nos exigimos a nosotros mismos, pues debemos ser un producto adecuado a lo que creemos que los demás esperan de nosotros. Actuamos y sentimos desde la creencia de que el amor se gana y nos esforzamos por ellos, a la vez que demandamos a los demás esfuerzos, sacrificios, demostraciones de amor, para saber que nuestra inversión amorosa está dando sus frutos.

Amarnos, conectar con esa central energética que nos anima y da vida, empieza por asumir un hecho constatable: Nadie puede, objetivamente, hacerse cargo de nosotros. De la misma forma que nadie puede respirar por nosotros, ninguna persona tiene la potestad de entrar en nuestro interior y modificar nuestras creencias acerca de nosotros mismos y del mundo. Tal vez, algunos de nosotros hayamos vivido un momento en el que las personas que nos aman intentaron apaciguar nuestro dolor con buenos consejos, con compañía, abrazos y demás manifestaciones de amor. Y, aunque agradecíamos esas muestras, no eran capaces de retornar nuestra alegría perdida. Sentir el amor de aquellas personas que nos rodean es maravilloso, pero sólo nosotros podemos atravesar el bosque de nuestro sufrimiento, abrazando y acogiendo nuestro dolor, asumiendo que, por difícil que sea, también eso pasará y, disponiéndonos a tomar de ese episodio todas las lecciones que nos traiga para ser más sabios, amorosos y compasivos con nosotros y con los demás. Finalmente, lo que no te mata, te hace fuerte.

Si de la misma manera que nos acogemos, acogemos a nuestro prójimo, cuando nos hacemos cargo de nuestra vida con amor y entrega a nuestra existencia, somos capaces de disfrutar de todos los seres que el universo nos presenta. Agradecemos su presencia con nosotros y, aunque nos entristezca su partida, no nos destroza, porque no les necesitamos, porque valoramos infinitamente su libertad y su destino, de la misma forma que valoramos y amamos nuestra libertad y nuestro destino. Entregamos, por tanto, un tipo de amor que es genuino, que nutre, que acoge, que acepta, que incluye, que no juzga, que no retiene, que agradece y ama en libertad. Nos convertimos por tanto en verdaderos instrumentos de paz. ¿Qué mayor servicio podemos prestar – nos mientras estamos vivos?